¿Como es la piscina de 42Madrid?
Juan Bautista "Volmer"
10/1/20256 min read
En este artículo voy a relatar cómo conocí y viví mi experiencia en la prueba de acceso de 42 Madrid, conocida como “la piscina”.
Aunque muchos detalles intrínsecos de la prueba los omitiré —para que quien se anime a hacerla la viva plenamente—, quiero contar cómo fue para mí.
Cómo conocí 42 Madrid
Después de años trabajando en hostelería, me encontraba en un parón, buscando un nuevo rumbo en mi vida.
Como mencioné en el post anterior, la informática siempre había estado latente en mí, y mi algoritmo de Instagram lo sabía.
Un día me mostró un reel que empezaba con la frase mágica:
“¿Quieres aprender a programar gratis?”
Lo primero que pensé fue:
¿Qué me váis a robar?
Un pensamiento bastante normal, teniendo en cuenta la cantidad de cursos “gratuitos” que circulan por internet y que suelen acabar vendiéndote un máster de 2000 € o más.
El mercado está lleno de bootcamps que te prometen el trabajo de tus sueños en unos meses, o que aseguran “no te lo cobramos hasta que consigas empleo”, pero esconden cláusulas pequeñas por todas partes.
No todos son así, claro, pero el panorama general invita a desconfiar.
Internet está plagado de cursos carísimos, sin titulación oficial, y a veces directamente estafas.
Tendemos a pensar —y con razón— que si algo es gratis, es porque nosotros somos el producto.
Sin embargo, cuando escuché el nombre “Telefónica” en el anuncio, algo cambió.
Pensé:
“Caramba, una empresa así suena serio.”
Y tanto que lo era.
Vendían la idea de un campus adaptado a tu ritmo y a tu situación, sin necesidad de conocimientos previos, gamificado y abierto las 24 h del día, los 7 días de la semana.
Lo único que pedían era aprobar una prueba de acceso y tener o cumplir la mayoría de edad ese mismo año.
Nada de títulos, papeles ni pagos.
Totalmente gratis y libre.
La primera prueba
La primera prueba era un pequeño test online de unas dos horas.
Sencillo, sin necesidad de conocimientos técnicos: más bien un filtro para comprobar que sabías encender un ordenador, abrir un navegador y mantener la concentración más de diez minutos.
OJO: un auténtico hito, teniendo en cuenta lo frito que tenemos el cerebro con tanto TikTok.
Tras superarlo, me invitaron a un Open Day, donde pude visitar aquellas impresionantes instalaciones, conocer a mis primeros compañeros —que a día de hoy aún conservo— y enterarme de lo que venía después.
La segunda prueba: la buena, la dura, la “piscina”
“Despediros de amigos, familiares, novias, mascotas, peluches y vida a lo largo de este mes.”
Honestamente, no era una exageración.
La prueba dura eso: unos 28 días sin descanso.
El primer día entramos alrededor de 400 personas.
Llegas, te sacan la foto, te sientas frente a un ordenador y lees el lema más grande de todo 42:
“UP TO YOU”
El campus tiene varias plantas, con duchas y camas para dormir.
Y vaya si las usamos.
Durante la piscina, muchos optamos por quedarnos allí programando toda la noche, evitando la hora y media de metro hasta casa.
Con suerte, encuentras un PDF que te indica qué tienes que entregar… en lo que parecen inscripciones en chino antiguo.
Si nunca habías visto algo así, cuesta entenderlo.
El primer día saludé a mucha gente con un “hasta mañana”.
Nunca más los volví a ver.
Al segundo día ya éramos unos 300.
Un cuarto había desaparecido.
Intenté buscar en Google cómo afrontar el ejercicio, pero al desesperarme pregunté al staff qué podía hacer.
Su respuesta fue simple:
“Tienes 300 personas a quién preguntar dentro del campus.”
Y ahí empezó lo bonito: la metodología peer-to-peer.
Empecé a hacer migas con gente que ya sabía algo y a preguntarles.
Cuando alguien entendía un concepto, se lo explicaba a otro, y ese a otro más, hasta que la ola de conocimiento recorría todo el campus.
Se creó un ambiente colectivo, en el que todos nos ayudábamos, aprendíamos y nos divertíamos.
FUE MÁGICO. DE VERDAD, MÁGICO.
No tenía ni idea de cómo había acabado allí, pero estaba feliz —estresado, sí— y decidido a cumplir con las entregas.
Los viernes y su “evento especial”
Llegó el primer viernes.
De aquellas, te avisaban de que los viernes había “eventos especiales” en el campus.
Y ahora puedo contarlo, porque ya no lo ocultan a los nuevos:
el evento especial era…
UN EXAMEN.
Qué guay, ¿no?
Todo seguía un orden casi militar: no se podía hablar, tener pañuelos en los bolsillos ni moverse mucho.
El ambiente era de tensión absoluta.
El examen duraba unas cuatro horas.
Mi desempeño fue tan brillante que, a los diez minutos, me pidieron que abandonara la sala: no era apto para hacerlo.
Fascinante.
La frustración fue enorme.
Tras una semana de trabajo duro, sentí que todo se desmoronaba.
De los 300 que quedaban, ese día ya solo éramos unos 200.
Muchos no volvieron.
Aun así, soy obstinado.
Seguí entregando proyectos nuevos.
El viernes siguiente, otro examen.
Esta vez conseguí avanzar algo, aunque poco.
El estrés por sentir que no aprobaba nada y que quizás estaba perdiendo el tiempo era brutal.
NIVEL DE FRUSTRACIÓN: DIOS.
Pero ahí estuve.
Gracias a los compañeros que resistían.
En situaciones así haces buenas migas rápido.
Compartíamos la desesperación, la frustración y la tristeza, pero también el apoyo mutuo.
Una comunidad de gente que aguantaba junta, intentando llegar al final.
A todos ellos, gracias.
Disfrutar del proceso
"Las semanas pasaban y el estrés era palpable, pero llegó un punto precioso: empecé a disfrutar del proceso."
Aprender, socializar, compartir nuestros males…
A partir de ahí viví uno de los mejores momentos de mi vida.
Sentía que tenía un objetivo, que pertenecía a un grupo cálido y que estaba progresando.
Aunque no superara la prueba, sabía que me llevaba aprendizajes para siempre.
Tolerancia a la frustración, metodología de estudio y confianza en mí mismo.
Eso fue lo que realmente me enseñó la piscina.
El último día
Después de ese mes intenso, llegó el último día: el examen final, de unas 8 horas.
Empezó a las 10 de la mañana.
Con un puñado de frutos secos en el bolsillo, me senté frente al ordenador decidido a darlo todo.
Tras dos o tres horas, me di cuenta de que no podía avanzar más.
No tenía los conocimientos necesarios.
Aun así, no me rendí.
Seguí probando, divagando soluciones, intentando entender algo nuevo durante cinco horas más, sin avanzar ni un milímetro.
Cuando el tiempo se acabó, apenas había completado el 25 % del examen.
Esa tarde me fui entre lágrimas.
Muy bonito eso de disfrutar del proceso, sí… pero mi tolerancia a la frustración había llegado al límite.
Los resultados de mi piscina
Los criterios de evaluación son totalmente secretos.
Una vez terminas, te dicen que tendrás que esperar entre uno y dos meses para saber si lo has conseguido.
Y sí: pasé esos dos meses atacado de los nervios, mirando el correo cada hora.
Aunque en mi cabeza estaba convencido de que no había pasado, una pequeña ilusión seguía viva.
A principios del segundo mes, llegó el correo.
“Estás dentro.”
¿Cómo describirlo?
No puedo.
Muchos compañeros no pasaron, y no sabría decir cómo se siente eso.
Pasó gente con menos nivel que yo, otros con más, otros con el mismo.
De los 180 que quedábamos en la última semana, solo pasamos 90.
La mayoría habían caído por su propio peso.
No sé qué evaluaron en mí, pero doy gracias por haberlo tenido.
Porque, sinceramente, me cambió la vida.
Conclusión
Si estás pensando en probar, hazlo.
Apruebes o no, si puedes permitirte esos 28 días, vivirás una experiencia de aprendizaje única, que pocos lugares del mundo pueden ofrecer.
No te engañe este post: he ocultado muchas cosas, y no todo es bonito.
Pero aun así, vale muchísimo la pena.
Al final, la piscina no solo me enseñó a programar, sino a confiar en mí mismo.
Y sí, resulta que al final era verdad: vendí mi alma al diablo.
¿Se sigue considerando gratis?
Dejo aquí una pequeña foto con todos mis compañeros que llegamos al último día, a los cuales recuerdo con muchísimo cariño.
Gracias, 42.
— Juan Bautista “Volmer”
Estudiante en 42 Madrid y apasionado de la informática.
Aprendiendo a disfrutar del código, los errores y el proceso.